rutas de polichinela

toni rumbaU

portada-rutas-low.jpg

Viajar es apasionarse, pues no hay exploración sin pasión, y un viaje sin exploración no es un viaje -es otra cosa, todo lo digna que se quiera, pero otra cosa. Tras la lectura del Rutas de Polichinela, lo primero que quiero destacar es la formidable pasión que arde en la raíz de la obra -pasión por descubrir las rutas físicas, pero sobre todo por sentir la atmósfera de los lugares y comprender el alma de las personas. Absorbido por el potente caudal emocional, me he sorprendido abocado a un mundo fantástico, donde parecen haberse difuminado las fronteras habituales.


Personaje singular -¿qué otra cosa puede ser alguien que elige la profesión de titiritero, y ejercerla con alevosía, a caballo entre los siglos XX y XXI?-, Toni Rumbau ofrece en esta obra un volcado de su experiencia, es decir, un legado, cuya mayor consecuencia, más allá de las sugerentes peripecias, es la reflexión del sabio veterano que ha aprendido unas cuantas cosas por los caminos del mundo. El escenario es una Europa representada por dos docenas de ciudades, con Lisboa, Copenhague y Estambul como vértices geográficos, y el tiempo cuatro décadas largas de nutrida vida profesional. En su tránsito, el titiritero contacta con una miríada de colegas cómplices -diligentes eruditos de referencia, continuadores de sagas familiares, concienciados recuperadores de tradiciones moribundas, entusiastas divulgadores y coleccionistas, y por supuesto expertos manipuladores, y de su mano recorre salas de museo, talleres de construcción y reparación, teatros ilustres y teatrillos de barrio, siempre ante la mirada enigmática de los personajes de hilo, de guante o de teatro de sombras que se apiñan en estantes, colgadores, vitrinas y rincones diversos, los cuales, queda advertido ya en la primera página, son las auténticas estrellas del libro. Karägoz, Vasilache, Guignol, Mester Jakel, Kasparec, Pulcinella, Pupi, etcétera -¡qué nombres tan fascinantes, los de las estrellas!- son sucesivamente descritos por Rumbau con precisión de entomólogo, y el lector, al conocer las peculiaridades físicas y caracterológicas de cada cual, sus desarrollos en las geografías particulares y sus relaciones con parientes de otras regiones, acaba captando la complejidad de un tejido artístico que, lejos de ser banal, permite bucear en lo más profundo de la condición humana.

Toni-Rumbau-amb-el-Bornet-1-Foto-de-Pere-Virgili.-jpg-e1381132989607.jpg

Mi primera imagen de Toni Rumbau me retrotrae a los tardíos 70, cuando le vi actuando con La Fanfarra en la plaza de Sant Josep Oriol de Barcelona, representando no recuerdo bien si un episodio de la serie Malic, su icónico aventurero ibérico, la Llegenda de Sant Jordi, o alguna otra de sus piezas tempranas. Junto a sus compañeros de equipo, Mariona Masgrau y Eugenio Navarro, y frente a la venerable iglesia gótica del Pi, componían una entrañable estampa entre medieval y hippy, muy adecuada para el gusto de aquella época esperanzada en que creíamos que la dimensión humana de las cosas era el camino. Poco después le conocí de cerca, y por mi pertenencia al histórico grupo Titelles Anglés coincidimos con cierta asiduidad, y desde aquel entonces, y a pesar de mi alejamiento del gremio y del país, hemos mantenido un contacto, no por espaciado menos suculento, con encuentros ocasionales en ámbitos tan variopintos como el inigualable teatro Malic, el añorado restaurante Compostela de la calle Ferran -¡loor al pulpo, lacon con grelos, ribeiro!-, la mítica cervecería El Glaciar de la plaza Reial o su atmosférico despacho de las Rambles, y en cada caso he podido constatar que el hombre mantiene la pasión exploratoria intacta, y un explosivo repertorio de proyectos en la cartera.

Maneja Rumbau, como si fuera un filósofo taoísta de hace dos milenios, el patrón del dualismo para explicar las mecánicas del mundo. En el Rutas del Polichinela, en particular, el recurso le es útil para analizar el espíritu contradictorio de las ciudades, pero si en algo resulta definitivo es para explicar la esencia de cada uno de estos títeres-estrella, que nacen fundamentalmente como inevitable contrapeso a la autoridad de turno. Entre ellos, es habitual la nobleza justiciera pero también el individualismo, el lenguaje gritón y soez y por supuesto la violencia (tradicionalmente, a cachiporrazos), y más de uno ofrece un físico contrahecho que, ya de entrada, es una reivindicación de lo marginal. Más que atildados héroes de cuento, pues, los susodichos son personajes que con un humor corrosivo y sin rubor airean las emociones que la gente ordinaria nos vemos obligados a reprimir, y es por esa cruda sinceridad que los sentimos cercanos y necesarios, como un torpedo liberador contra todos los despotismos, incluído el moral, eso que hoy en día denominamos corrección política.

Huelga decir que recomiendo intensamente la lectura del libro, por erudito, pero sobre todo por estimulante, por hacer el favor de recordarnos que no vivimos en ese paisaje plano que el poder establecido se empeña en vendernos, sino en una realidad sublime y perturbadora que conviene explorar hasta el último confín.

J.M.Romero

Escritor en Oriente. Autor de "Cròniques Orientals", "Tao.Las enseñanzas del sabio oculto", "Siempre el Oeste", "India", entre otras obras. 40 años sobre el terreno. www.jmromero.com